Presentación del libro “El secuestro de Juan Filloy”

El pasado 8 de Agosto se presentó en la Biblioteca Popular Mariano Moreno el libro El secuestro de Juan Filloy, del escritor Gonzalo Otero Pizarro, publicado por la UniRio Editora de la Secretaría Académica de la UNRC en el ámbito de la Colección “de la eterna memoria”.

En la contratapa del libro se expresa sintéticamente el argumento de la obra: “El 25 de junio de 1978 por la tarde en el estadio Monumental de Buenos Aires se jugó la final del Campeonato Mundial de Fútbol que obtuviera la selección argentina. Ese mismo día, aunque en la localidad de Río Cuarto y rayando la hora del almuerzo, Juan Filloy es secuestrado por una pandilla que lo sube a la fuerza a un Falcon verde cuando caminaba erguido rumbo a su casa”.

“Si lo primero es cierto y pertenece a la historia del fútbol (un momento de gloria para el deporte nacional), lo segundo, en cambio, le concierne a la literatura, porque se trata del episodio ficticio que preside esta novela. Al igual que el Filloy recreado por Otero Pizarro, los lectores pasarán de la confusión al asombro a medida que vayan descubriendo quiénes son los captores, qué razones los inducen y para qué cometen ese rapto. Evocando a Pirandello, la escritura ágil, incisiva y fluida de Otero Pizarro homenajea sobre todo a la caterva de Caterva, acaso la obra más trascendente de Filloy, a la vez que vuelve su mirada hacia un periodo siniestro y doloroso de nuestra historia”.

De la presentación del libro participó el autor Gonzalo Otero Pizarro, el escritor e historiador, además director del Archivo Histórico de Río Cuarto, Omar Isaguirre y el director de la UniRio Editora, profesor José Di Marco, a quienes se sumaron público en general vinculado a la vida cultural de la ciudad.

El libro cuenta con 199 páginas, divididas en 15 capítulos, se terminó de imprimir en junio de 2019 en la UNRC con una tirada de 300 ejemplares y la ilustración de tapa pertenece a Matías Tejeda.

Gonzalo Otero Pizarro destacó que se “trata de una novela divertida donde he tratado de mostrar como era Filloy más allá del autor, como era la persona. Me base en cosas que ya he averiguado y otras que me contaron mis mayores. Mi padre era amigo de él y me hablaba de Filloy. También los hermanos Aníbal y Tobías Aguilera, uno de los cuales trabajaba en tribunales y eran muy amigos de Filloy. Me críe frente a la casa de ellos y me contaban muchas cosas de Filloy”.

“Como autor de la novela decidí que lo secuestran a Filloy. Es una historia que tiene como contexto el golpe militar de 1976, transcurre en Río Cuarto y el día de la final del Mundial 1978. Allí lo secuestran a Filloy y lo llevan a un campo en las sierras. Le hacen un juicio y el libro busca dar las posibles respuestas ante la interrogación de sus captores que hubiera dado Filloy si aquello le hubiera ocurrido”.

Otero Pizarro nació en Córdoba en 1948 y muy pequeño llegó a Río Cuarto. Entre diciembre de 1975 y diciembre de 1983 vivió en Barcelona donde debió exiliarse tras la persecución de la Triple A en Río Cuarto.

Estudio derecho en la UBA entre 1966-1973 y en Barcelona entre 1986-1988 donde se gradúo como abogado. También estudio periodismo en la UNRC entre 1974 y 1975.

Trabajó en el Diario La Calle y dirigió la Revista Puente, cerrada por presión de la Triple A local, en la década del 70 donde compartió redacción con Antonio Tello, Roberto Fabiani y Elpidio Blas.

También en España incursionó en el periodismo dirigiendo para editorial Bruguera El Rompecocos y Jaqueca en los primeros años de la década del 1980.

Su obra literaria incluye trabajos como Idiosincrasia, Editorial Macá, Buenos Aires, 1967; Elvis, la rebelión domesticada, en coautoría con Antonio Tello, Editorial Bruguera Barcelona, 1977, Valentino, la seducción manipulada también con Tello y en la misma editorial, 1978; y Las prostitutas y yo, en coautoría con Osvaldo Natucci, Editorial Bruguera, Barcelona, 1979; Hombre y mujeres de Río Cuarto y su primera novela La Cola del Pato, Imprecom Editorial, Río Cuarto, 2010, publicación que forma parte de la saga La ciudad de los vientos, de la que pronto se editara la segunda parte con el título de La Bajada de Arena.

José Di Marco
José Di Marco destacó la importancia de esta obra como parte de la Colección “de la eterna memoria” de la UniRio Editora porque “elegimos este nombre para esta Colección pensando incorporar en ella textos narrativos que interpelen nuestra memoria colectiva con los instrumentos retóricos de la ficción. Cuando las variaciones imaginativas de la ficción se entreveran con los datos y las cronologías de la historia, se produce una revelación y una transfiguración”.

“Al respecto, Franco Rella, señala que pasar de la historia a las historias, de la narración histórica a las narraciones, significa de hecho entrar en el mundo de los posibles abandonando tanto el terreno de los hechos como el terreno de las hipótesis en tanto que instrumentos operativos”.

Agrega Di Marco: “El mundo de los posibles, plagados de conjeturas y vacilaciones, de interrogantes y paradojas, arrima la ficción a lo que Juan José Saer llama antropología especulativa: un saber en el que se mixturan, inextricablemente, los imperativos de un saber objetivo y las turbulencias de la subjetividad”.

DIRECCIÓN DE PRENSA Y DIFUSIÓN UNRC

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Esto fui. (Memorias de la infancia)

NOTICIA SOBRE ESTA EDICIÓN (extraído del libro Esto fui. Memorias de la infancia).

Esto fui. Memorias de infancia de Juan Filloy fue publicado por primera vez por Marcos Lerner en 1994, cuando el escritor alcanzó los cien años. Para la presente edición se ha usado como fuente esa primera de la que ha pasado ya un cuarto de siglo. La transcripción se ha ajustado a ese texto salvo en contadas ocasiones, por ejemplo aquellas en que se detectaron errores ortográficos o tipográficos o tildes que ya no se emplean.
La edición de Lerner incluía tres imágenes: una fotografía de Martín Henin del primero escolar de la Escuela Normal al que asistía Juan Filloy en 1902, un plano de General Paz dibujado por el propio Filloy y un retrato del escritor pintado por Lisandro Mónaco. Este último ha sido suprimido por pedido de los herederos de Juan Filloy. Las otras dos imágenes, que estaban al principio del libro, no han podido ser localizadas entre los papeles personales del escritor. En cambio, se halló otro plano de Pueblo General Paz minuciosamente referenciado por él que ha pasado a ocupar un lugar en el centro del libro junto con otras imágenes alusivas a los paisajes y personajes que Filloy revisita en estas páginas.
Junto con ese plano, se halló además un conjunto de fragmentos que el escritor había previsto incluir en una segunda edición –según se señala en la carpeta donde los conservaba– y que aquí reproducimos al final, en un Anexo.
La inclusión de estos textos hasta ahora inéditos ha sido posible gracias a la generosidad de Monica Filloy que había recibido con modesto entusiasmo la idea de reeditar estas memorias de su padre. En el trayecto de reedición, que ha demandado no pocos esfuerzos del equipo de UniRío, Monique –como la llamábamos todos– falleció. Nos hubiera gustado que viera el libro terminado. Nos hubiera gustado repetir las visitas que le hacíamos con cierta frecuencia a su casa de Nueva Córdoba y que transcurrían en un ambiente de calidez y afabilidad muy propio de ella.

Más info sobre este libro aquí


Monique Filloy, in memoriam

Monique Filloy, 29/05/1939 – 07/02/2019

Mónica Filloy era la hija menor de Juan Filloy y Paulina Warshawsky. Había nacido en Río Cuarto el 29 de mayo de 1939. Para finales de ese año, su padre tendría seis libros publicados casi a razón de uno por año: Periplo (1931), Estafen (1932), Balumba (1933) Op Oloop (1934), Aquende (1935), Caterva (1937) y Finesse (1939). La falta de libros publicados en 1936 y 1938, solía explicarla Filloy señalando que su obra de esos años habían sido sus hijos: Fernán, su primogénito, había nacido en 1936.

Fernán falleció dos años antes que su padre, en 1998 y Filloy, que era viudo desde hacía casi veinte, pasó el resto de su vida muy cerca de Mónica. Juntos decidieron la mudanza de don Juan a Córdoba en 1988, donde él vivió sus últimos años en un departamento de Nueva Córdoba muy próximo al de la hija.

Después de la muerte del escritor, ella se convirtió en custodia de los papeles de su padre y con una generosidad no siempre frecuente, abrió las puertas de su casa a editores, investigadores y escritores. Con UniRío, la editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto, fue particularmente dadivosa: en todas las ocasiones cedió los derechos para que la obra de su padre pudiera seguir siendo editada por este sello universitario, un gesto de grandeza que procuramos agradecerle cada vez.

Monique había estudiado literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto donde después se desempeñó como profesora de literatura francesa. En una de las últimas visitas que el equipo de UniRío le hizo a su casa, supo contarnos cuán azarosa había sido su decisión de estudiar esa carrera: cierta desorientación juvenil y una vaga sugerencia de su hermano contribuyeron a ella. Dan ganas de creer en esa frase que solía repetir Julio Cortázar según la cual “el azar hace bien las cosas”: Monique había acabado por especializarse en la literatura que su padre prefería. Dejó tempranamente de enseñar, pero nunca de leer.

Monique se casó con Guillermo Capdevilla con quien tuvo tres hijos: Tomás, Inés y Guillermo Horacio a quienes todos le dicen Juan por el estrecho vínculo que cultivó con su abuelo.

Para una entrevista por demás curiosa que le hizo Siete días en 1968, Filloy fue fotografiado con su nieto Tomás en las rodillas, una imagen inusual para quien se jactaba de haber dispensado a sus hijos una educación entre sobria y adusta. En otra nota, del mismo año pero de revista Gente, la periodista mencionaba al pasar, la dedicación de Filloy “a sus hijos (un varón y una mujer, ingeniero y doctora en letras respectivamente)”.

Fuera de esta escueta y efímera aparición pública, Monique le huía a la exposición y, como su padre al final de su vida, ya casi no salía de su casa. Tampoco viajaba a Río Cuarto. La nostalgia de su hogar y su ciudad natales la mantenían a distancia de estas latitudes. Así y todo, en 2016 asistió a la presentación de Balumba que realizó UniRío en el ya desaparecido “Letras con café”, muy cerca de la que fuera su casa paterna. Fue su última visita a Río Cuarto. Fue una hermosa visita.

Últimamente su salud era frágil y le había jugado algunas malas pasadas. De todas se había repuesto con entereza y, a veces, con cierto humor negro e inteligente. Monique falleció el 2 de febrero pasado después de una operación  que había resultado exitosa. Por motivos que se nos escapan, el equipo de UniRío solo supo de su deceso diez días después. Estas palabras pretenden ser nuestro tardío homenaje, nuestro renovado agradecimiento para ella y nuestro modo de acompañamiento a su esposo y sus hijos.

El equipo de UniRío editora

Monique Filloy junto a parte del equipo de UniRío editora

 

Una nota personal

Las primeras veces que la visité fue para ordenar los papeles de su padre, una ayuda que me agradeció, me retribuyó económicamente (“es lo que mi papá hubiera querido”, me dijo) y, me confesó, había necesitado más por razones emocionales que intelectuales. Trabajamos juntas muchas tardes. A veces en silencio, a veces conversando; a veces contentas, a veces tristes: ella por unos motivos; yo por otros. Ella todavía fumaba. Yo también. A veces su hijo Juan nos sorprendía en esas lides y nos retaba: ¿cómo fumábamos en medio de tantos papeles que eran además los papeles de Filloy? A la distancia también me lo pregunto. Mi propio derrotero vital (carrera, hijos, trabajo) me mantuvieron un tiempo a distancia de Monique aunque yo seguía trabajando sobre la literatura de su padre que quince años después prosperó en una tesis doctoral a cuya defensa la invité. No pudo asistir. Por problemas de salud.

Volvimos a encontrarnos hace unos años cuando José di Marco, director de la editorial universitaria, me honró con la dirección de la Colección Filloy de UniRío. Entonces fui muchas veces a su casa, algunas con José, otras varias con Daila Prado. Conversábamos afablemente, a veces hasta la caída del sol que atisbábamos detrás del ventanal que da hacia Hipólito Yrigoyen.

La última vez la visité un poco antes de Navidad. Le llevé unas nueces confitadas que ya otras veces le había hecho y que a ella y a su marido le encantaban y siempre me agradecía con entusiasmo. Conversamos de su salud, de la vida, de los hijos, de las enfermedades (“basta”, decía a veces, “no hablemos más de enfermedades”), de su padre. Me dijo que estaba cansada. En parte, de cuidar a su padre: “en vida y después de muerto también… ¡con todos esos papeles!”. Yo le había pedido que hurgáramos un poco en “esos papeles”. Con esa cortesía afable que la caracterizaba, ella sugirió: “¿Y si mejor lo dejamos para el año próximo?”. Me di cuenta que era hora de irme. Antes de que la puerta del ascensor se cerrara, envió el saludo de siempre para mis padres.

 

Candelaria de Olmos

Directora de la Colección Filloy de UniRío editora