Monique Filloy, in memoriam

Monique Filloy, 29/05/1939 – 07/02/2019

Mónica Filloy era la hija menor de Juan Filloy y Paulina Warshawsky. Había nacido en Río Cuarto el 29 de mayo de 1939. Para finales de ese año, su padre tendría seis libros publicados casi a razón de uno por año: Periplo (1931), Estafen (1932), Balumba (1933) Op Oloop (1934), Aquende (1935), Caterva (1937) y Finesse (1939). La falta de libros publicados en 1936 y 1938, solía explicarla Filloy señalando que su obra de esos años habían sido sus hijos: Fernán, su primogénito, había nacido en 1936.

Fernán falleció dos años antes que su padre, en 1998 y Filloy, que era viudo desde hacía casi veinte, pasó el resto de su vida muy cerca de Mónica. Juntos decidieron la mudanza de don Juan a Córdoba en 1988, donde él vivió sus últimos años en un departamento de Nueva Córdoba muy próximo al de la hija.

Después de la muerte del escritor, ella se convirtió en custodia de los papeles de su padre y con una generosidad no siempre frecuente, abrió las puertas de su casa a editores, investigadores y escritores. Con UniRío, la editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto, fue particularmente dadivosa: en todas las ocasiones cedió los derechos para que la obra de su padre pudiera seguir siendo editada por este sello universitario, un gesto de grandeza que procuramos agradecerle cada vez.

Monique había estudiado literatura en la Universidad Nacional de Río Cuarto donde después se desempeñó como profesora de literatura francesa. En una de las últimas visitas que el equipo de UniRío le hizo a su casa, supo contarnos cuán azarosa había sido su decisión de estudiar esa carrera: cierta desorientación juvenil y una vaga sugerencia de su hermano contribuyeron a ella. Dan ganas de creer en esa frase que solía repetir Julio Cortázar según la cual “el azar hace bien las cosas”: Monique había acabado por especializarse en la literatura que su padre prefería. Dejó tempranamente de enseñar, pero nunca de leer.

Monique se casó con Guillermo Capdevilla con quien tuvo tres hijos: Tomás, Inés y Guillermo Horacio a quienes todos le dicen Juan por el estrecho vínculo que cultivó con su abuelo.

Para una entrevista por demás curiosa que le hizo Siete días en 1968, Filloy fue fotografiado con su nieto Tomás en las rodillas, una imagen inusual para quien se jactaba de haber dispensado a sus hijos una educación entre sobria y adusta. En otra nota, del mismo año pero de revista Gente, la periodista mencionaba al pasar, la dedicación de Filloy “a sus hijos (un varón y una mujer, ingeniero y doctora en letras respectivamente)”.

Fuera de esta escueta y efímera aparición pública, Monique le huía a la exposición y, como su padre al final de su vida, ya casi no salía de su casa. Tampoco viajaba a Río Cuarto. La nostalgia de su hogar y su ciudad natales la mantenían a distancia de estas latitudes. Así y todo, en 2016 asistió a la presentación de Balumba que realizó UniRío en el ya desaparecido “Letras con café”, muy cerca de la que fuera su casa paterna. Fue su última visita a Río Cuarto. Fue una hermosa visita.

Últimamente su salud era frágil y le había jugado algunas malas pasadas. De todas se había repuesto con entereza y, a veces, con cierto humor negro e inteligente. Monique falleció el 2 de febrero pasado después de una operación  que había resultado exitosa. Por motivos que se nos escapan, el equipo de UniRío solo supo de su deceso diez días después. Estas palabras pretenden ser nuestro tardío homenaje, nuestro renovado agradecimiento para ella y nuestro modo de acompañamiento a su esposo y sus hijos.

El equipo de UniRío editora

Monique Filloy junto a parte del equipo de UniRío editora

 

Una nota personal

Las primeras veces que la visité fue para ordenar los papeles de su padre, una ayuda que me agradeció, me retribuyó económicamente (“es lo que mi papá hubiera querido”, me dijo) y, me confesó, había necesitado más por razones emocionales que intelectuales. Trabajamos juntas muchas tardes. A veces en silencio, a veces conversando; a veces contentas, a veces tristes: ella por unos motivos; yo por otros. Ella todavía fumaba. Yo también. A veces su hijo Juan nos sorprendía en esas lides y nos retaba: ¿cómo fumábamos en medio de tantos papeles que eran además los papeles de Filloy? A la distancia también me lo pregunto. Mi propio derrotero vital (carrera, hijos, trabajo) me mantuvieron un tiempo a distancia de Monique aunque yo seguía trabajando sobre la literatura de su padre que quince años después prosperó en una tesis doctoral a cuya defensa la invité. No pudo asistir. Por problemas de salud.

Volvimos a encontrarnos hace unos años cuando José di Marco, director de la editorial universitaria, me honró con la dirección de la Colección Filloy de UniRío. Entonces fui muchas veces a su casa, algunas con José, otras varias con Daila Prado. Conversábamos afablemente, a veces hasta la caída del sol que atisbábamos detrás del ventanal que da hacia Hipólito Yrigoyen.

La última vez la visité un poco antes de Navidad. Le llevé unas nueces confitadas que ya otras veces le había hecho y que a ella y a su marido le encantaban y siempre me agradecía con entusiasmo. Conversamos de su salud, de la vida, de los hijos, de las enfermedades (“basta”, decía a veces, “no hablemos más de enfermedades”), de su padre. Me dijo que estaba cansada. En parte, de cuidar a su padre: “en vida y después de muerto también… ¡con todos esos papeles!”. Yo le había pedido que hurgáramos un poco en “esos papeles”. Con esa cortesía afable que la caracterizaba, ella sugirió: “¿Y si mejor lo dejamos para el año próximo?”. Me di cuenta que era hora de irme. Antes de que la puerta del ascensor se cerrara, envió el saludo de siempre para mis padres.

 

Candelaria de Olmos

Directora de la Colección Filloy de UniRío editora