Descripción
La tragedia necesita siempre la conexión del mal. Que haya culpa, que haya la soberbia de insultarse la majestad de los dioses, de transgredir las leyes eternas del mundo, de vilipendiar las normas esenciales de la convivencia. Entonces, el destino cobra una personería real: es la fatalidad que todo lo vindica y todo lo repara. Proteica y oblicua su sanción, ejemplariza y educa, ya encarnada en Némesis, la deidad vengadora del Olimpo que ve con clarividencia y castiga con rigor los sacrilegios; ya en el hado que cumple impasiblemente la obra de demoler las endebles presunciones humanas; ya en el anaké que arrasa con estrépito de infortunios pavorosos las acciones nefarias del instinto y la razón.
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